[.~*JINTAJAFORAS*~.]

noviembre 26, 2009

Quiero ser poeta

I
Sabía que podía aplastarme el corazón. Tal vez siempre lo supe. Probablemente por eso la razón siempre me decía “Ese chico nunca te hará caso, es el hombre más normal del universo y esas personas lo que menos quieren es alguien como tú” …o sea, como yo.
En fin. A mi me hacía el día si me saludaba y me daba un abrazo. La gente como yo… muchas veces… muchas tantas se conforma sólo con eso.
Al parecer, la razón suele equivocarse, algunas veces por estúpida, otras porque generalmente la razón… nunca tiene toda la razón. Y aquel chico me hizo caso, no mucho… tal vez tan sólo lo pensó un momento y luego se arrepintió.
Hace mucho, mucho tiempo que a mi esas cosas no me movían por dentro, porque he de aceptar que me he evitado algunas historias y perdí un poco esa facilidad con la que uno se emociona, luego sonríe, se acaba el mundo y luego se vuelve a inventar. Que te duele y te gusta tanto ir de la emoción a la tristeza con la distancia de un suspiro.
Y él me hizo eso. Me hizo sentir de nuevo algunas emociones que dejé empolvarse. Me devolvió algunas ilusiones que no quise volver a sentir. Finalmente me hizo lo peor… me devolvió un poco de esperanza. Y algunos sabemos… que la esperanza mata.
Esperanza que te hace disponer el universo en una sola dirección. Esperanza que hace que el tic tac de un reloj se convierta en la emoción de esperar un momento, que cuando se aproxima se convierte proporcionalmente en desilusión porque ese momento nunca ha de llegar.
Le escribí muchas cartas. Ninguna de ellas tuvo nunca una respuesta. Esperé su llamada y tampoco nunca llegó. Lo he esperado sentada y de pie, paciente e impaciente y aún lo sigo esperando aunque sé que no va a venir.
Me he prometido hasta al cansancio olvidarme de su nombre, su rostro, su historia y demás… y es obvio que no he podido porque ahora sigo escribiendo estas líneas.

II
Cuando era una adolescente ya había descubierto el placer que me significaba escribir. Claro…claro, empecé con un cuento y de ahí me fugué a la poesía. Las hojas se me acababan… en una parecía el amor y en la otra la tragedia. Luego venía el coraje, el reproche, venía el olvido hacía sus destrozos y en la siguiente hoja sin duda volvía de nuevo el amor y su esperanza.
Todavía recuerdo al dueño de esos escritos. Ahora que lo pienso bien… no sé si habrán sido para él. Porque hubiera sido él o hubiera sido cualquiera el que me llevaría a descubrir que el alma humana cuando siente, se emociona y se desgarra de emoción o de tristeza pero la forma de inflamarse no tiene control.
Llené hojas y hojas de todos esos sentimientos que se me aglutinaban en el ser. A veces se me atoraban en la garganta. Otras tantas en las tripas. La mayoría de ellos se me quedaban en el pecho, con los suspiros se me escapaban por los pulmones y luego al volver a respirar, de la nariz se me iban a la cabeza y en caída libre caían de nuevo ahí en el corazón.
De la cabeza al corazón en caída libre… un sentimiento o dos. De caída libre importunando a la cordura, la prudencia o el deseo. En caída libre para emocionar o para doler.
En caída libre se me iban de la cabeza, al corazón y luego al papel cuando comencé a escribir poesía. En caída libre me entregué a cada sentimiento y en ese momento importó mucho.
Luego con la experiencia, cualquiera se da cuenta que sentir es un acto que no puede exagerarse, porque parece que el amor no lo es tanto, parece que es mejor amar sin esperanza, evitarse las penas y de ser posible el dolor, evitar tomar las cosas y a las personas en serio porque… caray ¿quién carajos toma este mundo en serio? Y sí, después de que lo crees… Te salvas, diría Mario.
Y entonces… aquellos inmóviles que quieren con desgana, los que se llenan de calma, los del rincón tranquilo, los que duermen sin sueño… todos ellos: dejan de escribir poesía.
Porque escribir poesía te compromete a rasgarte el alma sin piedad y de un solo tirón. Sentir con toda intensidad es cosa de poetas, esas personas que no le temen al sentimiento, para ellos sentir es un deporte extremo, una actividad de alto riesgo, una fijación constante…eterna…dominante.
Los poetas no son nadie sin que la emoción-pulsión los embriague de un veneno que poco a poco los enfrenta con la accidentada vida de un sentimiento que nace allá adentro… en los adentros de los hombres y se nos va muriendo en el papel.
Y si no… sólo hay que leer a Gonzálo cuando dice…
Juro que esta mujer me ha partido los sesos
porque ella entra y sale como una bala loca,
y abre mis parietales y nunca cicatriza,
así sople el verano o el invierno,
así viva feliz sentado sobre el triunfo
y el estómago lleno, como un cóndor saciado,
así padezca el látigo del hambre, así me acueste
o me levante, y me hunda de cabeza en el día,
como una piedra bajo la corriente cambiante,
así toque mi cítara para engañarme,
así se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas,
marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
unas sobre otras hasta consumirse,
juro que ella perdura, porque ella sale y entra como una bala loca,
me sigue a donde voy y me sirve de hada,
me besa con lujuria
tratando de escaparse de la muerte,
y, cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna vertebral,
y me grita pidiéndome socorro, como un cóndor sin madre
empollando a la muerte.

Todos tenemos algo de poetas… hasta que el poeta se rinde y entonces se salva. Vende su alma a la salvación a cambio de la poesía.
Y luego se preguntan cuál es la razón por la que a pocos gusta la poesía… pues porque la poesía es de enloquecidos, de los intensos que no acaban de amar cuando ya lo están versando… no acaban de olvidar cuando ya lo han escrito en un papel para no olvidarlo jamás.
No odian suficiente como para evitar el conflicto. Al conflicto lo agarran de frente y le declaran la guerra con tratados enteros. La paz en sus almas sólo existe cuando no hay un silencio interno que les permita enloquecer. Por eso hay muy pocos poetas. Para aceptar la poesía también hay que hacer lo propio con la locura.
Los poetas son hijos del sentimiento y la emoción y en sus planes no está salvarse. No querrán nunca salvarse, porque si se salvan se mueren.

III
Y así me di cuenta que no podía, ni quería olvidarlo. Porque me ha hecho llorar como nunca nadie lo ha hecho. Porque me ha devuelto esa esperanza que no sirve de nada pero arremolina todo el universo. Porque la ensoñación nunca le pertenece a la realidad. Porque no me ha hecho nada y tampoco mucho. Pero sobre todo porque pensé que me salvaba cuando en realidad, él me devolvía la poesía.