Era un día de abril en el mar. Supongo que allá abajo, ellos se acostumbran al submarino paisaje azul, a que el sol ilumine con estrellitas el agua salada en ese vaivén cíclico que susurra con olas. Allá abajo deben suceder muchas cosas y aunque desconozco las historias reales de lo que allá sucede, supongo que los que habitantes de las profundidades marinas les gusta nadar a altas velocidades y tomar pendientes de montaña rusa. El 20 de abril de 2010 una parte del mar se hizo de noche. Quiero imaginar lo que pasó allá abajo. Un estruendo terrible congeló a los habitantes del agua. Ninguno de ellos se movió pero levantaron la mirada hacia la superficie. Inmóviles pudieron ver que una gota de algo parecía crecer hasta taparles el cielo, su cielo. Aquella mancha se extendía como una visión apocalíptica, el fin estaba cerca y todo mundo sabe que cuando eso sucede… sólo te queda esperar tu turno. Ese 20 de abril, explotó una plataforma de perforación petrolera en el Golfo de México? La explosión y el incendio culminaron en un derrame de crudo. Primero, la mancha era de ocho kilómetros, la información decía que se filtraban 1000 barriles de crudo por día en el mar, luego fueron 5000. Se reportaron 11 trabajadores muertos y 17 heridos. Nadie contó los peces, las aves y los centímetros cúbicos de agua afectados. En los periódicos sólo salieron los recuentos millonarios en pérdidas o los costos para pagar los daños. Escuché la noticia. Alguien me dijo en una entrevista que le preocupaba ese tema. Supe que la mancha se extendía hasta llegar a las costas y la imaginación me falló. A dos meses de aquella explosión empiezo a escribir porque “hojeando” el periódico en línea a altas horas de la madrugada se me atravesó una galería de fotos. Le di clic. La abrió. Las imágenes se fueron una a una. Un nudo en la garganta me cortó la voz. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Y me dolió. La imaginación nunca me llevó al fondo del mar, tampoco me hizo pensar en el pez, el delfín, el coral, la gaviota o el pelícano. Pensé sólo en una mancha de petróleo sobre el mar. Mi imaginación bloqueó la posibilidad del desastre porque la evasión-ignorancia-desconocimiento te mantiene el corazón tranquilo. Uno deja de ver porque así respira mejor, la conciencia incomoda… es un estado nunca cómodo de enfrentamiento con la verdad. Sobreprotegemos la conciencia para que desde su capelo quede intocable. A nadie le gusta que le duela la conciencia. Para corazones frágiles, un poco de masoquismo de conciencia. Si te duele… no pares de ver hasta que te duela más. Hasta que ese corazón frágil se haga duro de seguir mirando. Porque corazón que cierra los ojos es un corazón indiferente. No podemos ignorar el mundo que se nos muere en primer plano. Miré las fotos y me contuve. Me obligué a mirar hasta el final hasta que encontré en el dolor el coraje necesario de pensarme pez, pensarme pelícano, pensarme abajo del mar mirando como aquella mancha en el océano me contaba mis últimos segundos de vida.
Hoy me siento así. Como un mensaje metido en una botella. Como si me hubiera lanzado al mar esperando flotar hasta el destinatario. Con tantas cosas que decir, con otras tantas que callarme. Sin abrazos y sin miradas. Atrapada, confundida y con la esperanza diluida entre la sal. Hoy me siento así… muy atrapada, muy ignorada. Muy triste.
I Sabía que podía aplastarme el corazón. Tal vez siempre lo supe. Probablemente por eso la razón siempre me decía “Ese chico nunca te hará caso, es el hombre más normal del universo y esas personas lo que menos quieren es alguien como tú” …o sea, como yo. En fin. A mi me hacía el día si me saludaba y me daba un abrazo. La gente como yo… muchas veces… muchas tantas se conforma sólo con eso. Al parecer, la razón suele equivocarse, algunas veces por estúpida, otras porque generalmente la razón… nunca tiene toda la razón. Y aquel chico me hizo caso, no mucho… tal vez tan sólo lo pensó un momento y luego se arrepintió. Hace mucho, mucho tiempo que a mi esas cosas no me movían por dentro, porque he de aceptar que me he evitado algunas historias y perdí un poco esa facilidad con la que uno se emociona, luego sonríe, se acaba el mundo y luego se vuelve a inventar. Que te duele y te gusta tanto ir de la emoción a la tristeza con la distancia de un suspiro. Y él me hizo eso. Me hizo sentir de nuevo algunas emociones que dejé empolvarse. Me devolvió algunas ilusiones que no quise volver a sentir. Finalmente me hizo lo peor… me devolvió un poco de esperanza. Y algunos sabemos… que la esperanza mata. Esperanza que te hace disponer el universo en una sola dirección. Esperanza que hace que el tic tac de un reloj se convierta en la emoción de esperar un momento, que cuando se aproxima se convierte proporcionalmente en desilusión porque ese momento nunca ha de llegar. Le escribí muchas cartas. Ninguna de ellas tuvo nunca una respuesta. Esperé su llamada y tampoco nunca llegó. Lo he esperado sentada y de pie, paciente e impaciente y aún lo sigo esperando aunque sé que no va a venir. Me he prometido hasta al cansancio olvidarme de su nombre, su rostro, su historia y demás… y es obvio que no he podido porque ahora sigo escribiendo estas líneas.
II Cuando era una adolescente ya había descubierto el placer que me significaba escribir. Claro…claro, empecé con un cuento y de ahí me fugué a la poesía. Las hojas se me acababan… en una parecía el amor y en la otra la tragedia. Luego venía el coraje, el reproche, venía el olvido hacía sus destrozos y en la siguiente hoja sin duda volvía de nuevo el amor y su esperanza. Todavía recuerdo al dueño de esos escritos. Ahora que lo pienso bien… no sé si habrán sido para él. Porque hubiera sido él o hubiera sido cualquiera el que me llevaría a descubrir que el alma humana cuando siente, se emociona y se desgarra de emoción o de tristeza pero la forma de inflamarse no tiene control. Llené hojas y hojas de todos esos sentimientos que se me aglutinaban en el ser. A veces se me atoraban en la garganta. Otras tantas en las tripas. La mayoría de ellos se me quedaban en el pecho, con los suspiros se me escapaban por los pulmones y luego al volver a respirar, de la nariz se me iban a la cabeza y en caída libre caían de nuevo ahí en el corazón. De la cabeza al corazón en caída libre… un sentimiento o dos. De caída libre importunando a la cordura, la prudencia o el deseo. En caída libre para emocionar o para doler. En caída libre se me iban de la cabeza, al corazón y luego al papel cuando comencé a escribir poesía. En caída libre me entregué a cada sentimiento y en ese momento importó mucho. Luego con la experiencia, cualquiera se da cuenta que sentir es un acto que no puede exagerarse, porque parece que el amor no lo es tanto, parece que es mejor amar sin esperanza, evitarse las penas y de ser posible el dolor, evitar tomar las cosas y a las personas en serio porque… caray ¿quién carajos toma este mundo en serio? Y sí, después de que lo crees… Te salvas, diría Mario. Y entonces… aquellos inmóviles que quieren con desgana, los que se llenan de calma, los del rincón tranquilo, los que duermen sin sueño… todos ellos: dejan de escribir poesía. Porque escribir poesía te compromete a rasgarte el alma sin piedad y de un solo tirón. Sentir con toda intensidad es cosa de poetas, esas personas que no le temen al sentimiento, para ellos sentir es un deporte extremo, una actividad de alto riesgo, una fijación constante…eterna…dominante. Los poetas no son nadie sin que la emoción-pulsión los embriague de un veneno que poco a poco los enfrenta con la accidentada vida de un sentimiento que nace allá adentro… en los adentros de los hombres y se nos va muriendo en el papel. Y si no… sólo hay que leer a Gonzálo cuando dice… Juro que esta mujer me ha partido los sesos porque ella entra y sale como una bala loca, y abre mis parietales y nunca cicatriza, así sople el verano o el invierno, así viva feliz sentado sobre el triunfo y el estómago lleno, como un cóndor saciado, así padezca el látigo del hambre, así me acueste o me levante, y me hunda de cabeza en el día, como una piedra bajo la corriente cambiante, así toque mi cítara para engañarme, así se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas, marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen unas sobre otras hasta consumirse, juro que ella perdura, porque ella sale y entra como una bala loca, me sigue a donde voy y me sirve de hada, me besa con lujuria tratando de escaparse de la muerte, y, cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna vertebral, y me grita pidiéndome socorro, como un cóndor sin madre empollando a la muerte.
Todos tenemos algo de poetas… hasta que el poeta se rinde y entonces se salva. Vende su alma a la salvación a cambio de la poesía. Y luego se preguntan cuál es la razón por la que a pocos gusta la poesía… pues porque la poesía es de enloquecidos, de los intensos que no acaban de amar cuando ya lo están versando… no acaban de olvidar cuando ya lo han escrito en un papel para no olvidarlo jamás. No odian suficiente como para evitar el conflicto. Al conflicto lo agarran de frente y le declaran la guerra con tratados enteros. La paz en sus almas sólo existe cuando no hay un silencio interno que les permita enloquecer. Por eso hay muy pocos poetas. Para aceptar la poesía también hay que hacer lo propio con la locura. Los poetas son hijos del sentimiento y la emoción y en sus planes no está salvarse. No querrán nunca salvarse, porque si se salvan se mueren.
III Y así me di cuenta que no podía, ni quería olvidarlo. Porque me ha hecho llorar como nunca nadie lo ha hecho. Porque me ha devuelto esa esperanza que no sirve de nada pero arremolina todo el universo. Porque la ensoñación nunca le pertenece a la realidad. Porque no me ha hecho nada y tampoco mucho. Pero sobre todo porque pensé que me salvaba cuando en realidad, él me devolvía la poesía.
Hoy por la mañana sucedió todo. Después del insoportable ritual matutino (que a veces no es tan matutino) de despertar y obligarme a salir de la cama. Me metí a bañar y como siempre... me mantuve en toalla hasta definir el color de la blusa que usaría y lo que implicaría usar el mismo color los calzones y por lo tanto, también de los calcetines. Todo sería verde aquel día... finalmente tomé unos calcetines de rayitas cafés y verdes. Al ponérmelos, fue inevitable, dieron su último suspiro al pasar por el talón. Y sentí tristeza. Mis calcetines se me habían muerto en los pies. Los miré unos instantes para decidir que hacer. Realmente hubiera sido infame tirarlos a la basura sin una pizca de corazón, entonces les dije: "Hagamos un trato. Vayamos a hacer un último viaje juntos". Y así fue. Salimos por la calle y tuvimos un día emocionante. Se nos hizo tarde, corrimos, nos llovio y con ello, mis calcetines probaron por última vez el sabor de la lluvia; me acompañaron en mis nervios mientras golpeabamos el piso con suma emoción, cambiamos de ruta porque nos equivocamos de camino y seguimos corriendo; los llevé a un concierto, platicamos con gente interesante y luego volvimos a casa con mucha esperanza. Me despedí de ellos, pero ahora no sé si pueda tirarlos. Aún desconozco como me es tan difícil separarme de mis calcetines, mis zapatos y hasta de mis pantalones viejos... ellos son tantas veces compañeros de batalla, que uno no puede declarlos inservibles y olvidarse así nada más de ellos, ¿o si? Lo bueno, es que tuvimos uno de esos días... emocionantes.
Para mis amigos... los que se han quedado desde siempre y para siempre
Ya van dos. Dos puentes que se caen, uno sobre el Río Mississippi y uno en pleno centro de China. Y yo no sé si ustedes se han planteado el significado real y metafórico de un puente, al menos para mí, un puente no se confunde nunca con un paisaje. Un puente siempre es una invitación. Y retomo una de mis obsesiones con un pasaje de Cortázar (Cortázar de nuevo… quien en diferentes libros siempre piensa y habla de los puentes): “¿Cómo tender el puente, y en qué medida va a servir de algo tenderlo? […] ; yo escribo y el lector lee, es decir que se da por supuesto que yo escribo y tiendo el puente a un nivel legible. ¿Y si no soy legible, viejo, si no hay lector y ergo no hay puente? Porque un puente, aunque se tenga el deseo de tenderlo y toda la obra sea un puente hacia y desde algo, no es verdaderamente un puente mientras los hombres no lo crucen. Un puente es un hombre cruzando un puente, che.” Por eso un puente es siempre una invitación, es casi como estirar el brazo tratando de detener el rumbo de las cosas para tender un nuevo camino, para cambiar la historia. Hacer historia es construir puentes, tener ese valor de hablarle a un desconocido, de hacer que una persona que pasa se haga un amigo… es la magia de dar un beso y luego un abrazo, un puente significa hacer que sucedan las cosas. Probablemente el puente no es sólo un lugar para cruzar… un puente es un lugar privilegiado para quedarse un rato y tal vez (y sólo tal vez) seguir adelante. Y sí retrocedo el tiempo… en donde no había un puente, no había nada; probablemente no habría ni el deseo de cruzar o de llegar a otro lado… simplemente no había nada. Querer tender un puente significa querer ir y querer que vengas, querer que te quedes un rato y que tal vez no desees irte porque la vista desde el puente es maravillosa y única. Querer cruzar un puente significa un deseo inexplicable de querer ir, estar dónde no hay nada pero donde quieres que haya. Pensar en un puente, es pensar en más de uno. Y no sé si ahora que el mundo está hecho una mierda, uno ve un puente y sólo lo cruza, ya no piensa en un puente, sólo piensa en un camino que ya no tiene nada de especial. Es así como desaparece el deseo de cruzar y de disfrutar el viaje, es así cuando uno sólo se mueve por una extraña inercia exenta de cualquier deseo o sentimiento. Es por eso que creo que los puentes se están cayendo… se mueren de tristeza de saber que nadie sueña con atravesarlos, que ya nadie entiende su existencia como una invitación… se caen voluntariamente para que la gente recuerde que antes de ellos no había nada, y que antes de ellos…la gente deseaba, aceptaba la invitación y disfrutaba el paseo. Poco a poco se han estado cayendo los puentes y así sucederá en cada país y continente hasta que un día la gente recuerde invitar a cruzar… desear estar ahí… quedarse un poco y compartir.
Fotos cortesía de Elyn Reyes... bueno la verdad es que las fotos no son de cortesía... las tomé prestadas pero le avisé a su dueño.
De mi subestimada manera de decirte que te quiero y de tu sobreestimada forma de entenderlo
Para alguna de mis recurrentes pesadillas… hasta que la vuelva a encontrar
Rayuela siempre está a unos centímetros de mi cama, no sé que sucede con ese libro, nunca he podido terminarlo, es más, nunca he podido empezarlo…pero me gusta pensar que ahí estará cada vez que estire el brazo. Supongo que este es uno de mis más extraños hábitos, dormir tan cerca de Cortázar que pueda estar segura que si se me ofrecen unas palabras en una noche de dudas, puedo estirar el brazo y rogarle que me recite un poco. Este hábito extraño, mala costumbre, debilidad, obsesión, locura o lo que sea, viene desde que Juan Carlos me enseñó a preguntarle cosas, fue entonces cuando Cortázar se afanó en resolver todas mis dudas entre historias y poesía.
Fue así, como Cortázar lo dijo:
“Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te amo.”
Y me encontraba yo recordando haber dicho esas palabras hace algunos días. Le dije que lo quería de la forma más simple y cotidiana, de la forma más honestamente simple que existe. Lo dije sin esperar nada a cambio, lo dije porque salió espontáneo y sin ataduras. Lo dije sin pensar y no me avergüenza haberlo dicho. Algunos días han pasado de aquel acontecimiento y fue así cuando pensé en aquel silencio que siguió a mi declaración y supe que sin querer había vuelto a hacerlo. Siempre he odiado ese cliché barato del que todo mundo se ha fiado, de no decirlo para no ahuyentar, para no comprometer, para no decirlo primero… sobre todo para no decirlo y al decirlo saber que se habría hecho un abismo entre los dos. Y cuando digo te quiero lo digo pensando que no sé si tendré otra oportunidad de decirlo y es así como aprovecharé mi última oportunidad hasta hoy para decirlo. Y si lamentablemente puedo decirlo mañana, también así lo haré. Sólo puedo decir te quiero en un contexto donde amas hoy por la noche y te olvidas mañana por la mañana, no por eso amo menos. No puedo quererte según la moda, eso de quererte en invierno para olvidarte en primavera no es lo mío. Te quiero más cuando llueve y está nublado, aunque ahora que lo pienso, creo que te quiero más cuando la lluvia ha dejado charcos en las calles en los que se puede reflejar el cielo. Te puedo querer en martes o en domingo, en diciembre o en julio aunque no lo sepas o si quiera lo imagines. Te quiero aunque te olvides de mi nombre y de mi cara, aunque te olvides de mí en viernes o en agosto. Estoy harta de que me estorben los te quieros, porque al fin de todo pareciera que amo con vergüenza. No ha faltado alguno (de ustedes) que nos ha enseñado (a nosotras) a amar con vergüenza y así cargar sobre la espalda con un sentimiento agonizante porque nadie lo quiere. Finalmente, te quiero por casualidad… cada vez que te encuentro te quiero y te quiero de nuevo cada vez que te pierdo.
“Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa.” (Otra vez Rayuela).
Siempre he pensado que pagaría por no tener que hacer una fila. Entre las cosas que detesto, una de ellas, casi la más importante es la espera (creo que por eso siempre procuro llegar después de la hora acordada…para nunca llegar antes, aunque sucede). No tolero esa sensación de hacer conciencia del tiempo perdido esperando llegar hasta el mostrador. Uno de estos sábados como muchos otros, me encontraba en un centro comercial que parecía el paraíso de los bolsillos, todas, absolutamente todas las tiendas marcaban en sus escaparates un prominente descuento, situación que te invita a gastar, despilfarrar, y aprovechar aborazadamente la situación tratando de adquirir algo en “oferta”. Iba con mi Lulú mi hermana, cuando llegó el momento tan odiado de formarnos en la larga fila para adquirir nuestros artículos con un feliz descuento… pasó lo que suele pasar, buscamos cualquier cosa para entretenernos y evitar el golpeteo del reloj recordándonos el tiempo perdido. Avanzamos y mientras eso sucedía, quedamos justo frente a un espejo enorme. Aquí es cuando debo decir, que existe una gran diferencia entre el comportamiento de Lulú y el mío frente a un espejo. Lulú cuando se encuentra frente a un espejo, se mira directamente y aprovecha para recordar su mejor cara, algunas veces juega haciendo muecas y en calidad de segundos se auto-inspecciona de pieza cabeza… alguna vez ha sucedido que discutiendo con ella, ha notado la extraña presencia de un espejo y en ese justo momento cuando mira su reflejo despierta en ella un pequeño estilo peculiar en el que toma fuerza y pelea conmigo con más gusto… esto es similar a una pequeña metamorfosis, se ve y se siente más segura de lo que es y parece que se encuentra frente a uno de esos espejos de truco que te hacen ver más grande. En mi caso, sucede totalmente al revés… yo frente a un espejo me enfrento contra mi peor enemiga, supongo que verme me recuerda lo inconforme que me siento del mundo y en ocasiones me recuerda también que podría ser otra persona totalmente diferente. En fin, puedo vivir con esto, en realidad no me molesta tanto. Aquel día en el centro comercial, mientras estábamos en la enorme fila, mi hermana miro el espejo y aprovecho para mirarse, hacer caras, poner poses y levantar la ceja (ese ademán disfruta hacerlo porque mi papá lo hacía y yo definitivamente…no puedo hacerlo). Fue entonces como sucedió. Mientras yo la miraba constantemente y disfrutaba de aquella actuación, la mire con una cara que denotaba duda, extrañeza, algo de pena y probablemente hasta enojo…en ese momento ella abrió sus ojos con gran sorpresa y con la palma de su mano me dio una palmada en la frente… entonces dijo que tenía una raya que subía desde la altura de mi lagrimal izquierdo hacía toda la frente… volvió a mirar y descubrió que no sólo se formaba una raya cuando fruncía el seño, vio que hay una línea permanente, la cual existe para facilitarme el gesto ese de vivir con la cara de enojo, duda, aflicción, tristeza y demás. Ella sin embargo no tiene esa extraña línea que atraviesa mi frente de manera vertical e inclinada, Lulú tiene tres líneas horizontales, fue entonces cuando descubrí que ella vivía con un sentimiento de alegría, aceptación y sorpresa. Me quedé pensando… mucha gente lee las líneas de las manos para saber el futuro, yo desde aquel momento preferí leer las líneas de la frente, no me importa saber nada de su futuro, pero probablemente cuando vuelva a hacer una fila miraré la frente de todos los demás para saber como han vivido su vida.
Tomo este espacio para hacer un poco de "literatura" de lo cotidiano.
Una historia por día, que nace a través de una pequeña idea que es privilegiada para dar vida a la reflexión.
Bajo influencia de Millás y Cortázar, propongo un tema de disertación: La nariz como límite del mundo.
Sean bienvenidos a disfrutar de este espacio que promete extraños dolores de nariz al dejar que esta choque libremente con la realidad.